La mujer tiene un sueño.
No
despiertes.
Corre las cortinas con
delicadeza; se desliza del lecho y lo arropa. Se diría que es un pájaro y ella
la jaula.
Si
el amor no te cabe en el cuerpo, el fuego consume rincones. Podría empezar por
los pies y hacer esclavitud de tu mano extendida; aunque, casi siempre, lo hará
por las vísceras ciegas: estómago o corazón. Aparentemente, nadie nota las
llamas; pero tú, mujer, sabes que al deseo no se le dan los secretos.
Ella, una granada temblando
contra el aire.
¡Peligro! El sueño abre los
ojos.
Ella se mira allí, en el dolor
del mar. Ve sus ciudades derruidas y los primeros habitantes resistiéndose a
agotar el sonido. Escribe.
Paladearía
milenios en tu boca; exprimiría edades sin otro calendario; cosería mi
nombre a tu garganta, con tal que no me pronuncies más amor que el silencio.
I. Martínez
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