Leo, leo, leo
el alud de caballos enloquecidos
que brota de tu herida,
el grito quemante con que alumbras
esta pequeña esquina del mundo;
paladeo lo mismo la savia y el vómito,
la rabia y la dulgencia.
No perdonar el culto a la manada
ni la genuflexión de los corderos.
Correr hasta expulsar el cáncer por la boca.
I. Martínez
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