Dejas la ventana entreabierta
y mis locas campan a placer por mi casa.
Como en Cernuda el deseo,
el silencio se me antoja
una pregunta interminable,
la cuestión más abierta
—justo detrás del Big Bang
y de la explosión de suicidios de las rosas—.
Las locas de que hablo habían convivido
lo menos una década sin grandes aspavientos;
un antojo, tal vez, de tanto en tanto,
un pequeño espectáculo y sin ruido,
un algo intrascendente.
Pero hete aquí tú, funambulista,
sonámbulo de los desequilibrios,
caballo de alas negras
y verbo submarino.
¿Qué me has hecho otra vez?
¿Por qué no cierras ya las puertas?
¿Por qué me invitas a admirarte
en torbellino o tormenta,
mientras me dislocas las locas
que dormían?
I. Martínez
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