Uno a cada lado de la línea comenzaron el duelo
haciendo
restallar en el aire las palabras. El modernista, cursi y
anaftalinado,
blandía su látigo con "lirio", "madrigal",
"rododendro", "princesita", "eclipse",
"nifea"; al otro lado, el marxista espetaba palabras cargadas de
sentido, con un tufillo rancio a palabra gastada que no había
perdido sus
ansias de justicia: "compañero", "capital",
"opio", "alienación", "valor",
"mercancía", "dinero".
Antes de que ninguno fuera
herido llegó el rey con un ejército de burócratas, enarbolando la
bandera de la
ley que prohibía los duelos y la verdad.
I. Martínez
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