I
Mi corazón o el pasto de las llamas.
No escucho la llamada de los acantilados
ni me duelen los pies cuando caminan
lejanías.
II
El silencio o ese nardo de carne
que flota sin sentido hacia el ayer
viste mi olvido de noche inacabada.
III
Alzo mi copa por los días que no van a volver
y estrellan su obstinación contra el cristal cansado
de su honda letanía.
Fragor del metal contra la rosa.
IV
Conmigo la razón cuando ya no la busco
y siento mis verdes manos
brincar como la sangre
y un rugir de caballos que se alejan.
V
Antes de balbucir la misma excusa
me cortaré las manos
ante la nada.
VI
La niña en el espejo
vislumbraba la sombra que sería
y arrojó la manzana.
En fuga, perseguía al conejo
y la ilusión de la luz.
No leyó la última palabra.
I. Martínez
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