En mi próxima vida, me vestiré de fiesta los domingos
y saldré a pasear contra tristeza
por las calles vacías y
tus ojos,
para quitarte la manía de que los séptimos
son días más aciagos que los primeros.
Ataré con un lazo tus sueños, en mi próxima vida,
para que no se escapen delante de nosotros
a jugar en los parques donde nos dimos tantos besos.
En mi próxima vida, grabaré tu apellido en mi rodela,
me pondré la armadura y saldré a cabalgar
imitando a los locos en mi caballo moribundo,
y salvaré del hombre al universo.
El tiempo irá tan lento, en mi próxima vida,
que tendrá tu sabor la primavera; me acostaré
en el pasto sin horas de tus labios y abrevaré mi sed en
ellos.
En mi próxima vida, seremos tan felices
que parecerá espejismo que hubiéramos vivido
anteriormente otra vacía y sombra, tan sin nosotros,
y la verdad que soplaba en mi oído
—ignoro si fue en Roma o en Florencia,—
el viento que me dictó el otoño de tus ojos
me preñará de nuevo las pupilas,
ese día sin fin de nuestro encuentro,
ese día sin fin de mi próxima vida.
I. Martínez Poyatos
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