Además de disfrutar del recital que dieron a dos voces; de aprender cómo una catástrofe puede en líricas manos sabias convertirse en elegía al padre y canto a la infancia y a los sueños (gracias Manolo); y de rendir homenaje final al inolvidable e inolvidado Pepe Hierro, tuve la osadía (yo, que he recitado en público dos veces, y siempre entre minorías amistosamente favorables) de asaltar su micrófono abierto. Aquí os dejo el resultado -no hagáis caso de mi pulso zigzagueante-.
¿El premio? La benévola acogida de los dos recitantes, su abrazo y palabras de aliento, el amable aplauso de un público amante incondicional de la poesía, y el trabajo de los organizadores, que se tomaron la molestia de inmortalizarlo y difundir el resultado (¡no saben lo que han hecho!).
Desde aquí todo mi cariño y agradecimiento para Pepe Viyuela, Manolo Romero, la cuadrilla del Centro de Poesía José Hierro, Gonzalo Escarpa, Gervasio y Pita, por hacer del encuentro una fiesta inolvidable.
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