Hubo un cajón con un lamento hueco
en las esquinas.
Hubo una rosa que anunció tu silencio
en su pétalo mudo.
Hubo un adiós, y todo se venció
cuando tu paso hería los caminos.
Hubo más soledad aquellos días.
(Vuelvo los ojos al olvido
y en su revés destellos de tu boca).
Ya no hay carne para besar a gritos.
Ya no hay piel que reclamar llorando.
Ya no hay lumbre, ni fuego, ni cenizas.
Pero el ocaso tiene un color tan triste...
Que he de cerrarme yo para mirarlo.
Isabel Martínez Poyatos
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