Dentro de esta mujer hubo una flor
que flotaba en un tiempo inabarcable.
Hubo una juventud en que la carne
fingía blandamente eternidad visible.
¡Pobre flor inaudita, inconmovible,
marchita y olvidada en ese mismo edén
de venas y promesas que fuera tu raíz
y tu alimento!
Hoy siento el corazón algo más lento,
quizá porque ya sé adonde termina.
Isabel Martínez Poyatos
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