Invariablemente mi reloj
-que no sabe tu ausencia-
me avisa que cumplías
noventa y cinco años;
la pena -que aventaja al augurio-
hoy soñaba contigo,
y mi cabeza...
¡Cuántas veces
me decapitaría
por acallar su estéril opinión
de la experiencia!
Y qué me importa nada,
si dice el corazón tu vuelo,
lo canta mi latido.
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