Eres la usurpadora de ti misma.
En conscientes y caníbales contorsiones
tratas de ocultar la pesadilla y donde todos miran flores
tú hablas de ataúdes y cansancio.
Se te desatan ahora los lamentos;
las llagas te seducen y lamen la camisa:
serpiente, no te desprendas de todo lo que eras.
Te queda un ulular cansino de cristales
en las esferas sucumbiendo,
un runrún sin contorno
en los relojes desquiciados.
¿Por qué tienes las manos vacías aún?
¿Quién se ha extasiado quemándote la piel,
si todavía estábamos bailando,
si todavía no sabías que la tarde
se muere algunas veces?
Te deshojas como las margaritas inservibles
en las manos de un ángel
y quieres suponer la primavera,
pero te roban los indicios
y ya no sabes dónde acaban los barcos
y dónde empieza tu nombre.
I Martínez
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