A Rufina
Lame la lluvia los cristales,
aúlla el miedo a la luna.
Transito despacio el silencio
donde tu carne llama a muerte,
o finjo que es la muerte tu llama
y que no llama nadie.
Anochece
un crepúsculo crepita mi músculo
interno, se pierde la noche en la memoria.
Hoy abro un cajón de cuchillos
y tu pulso no late en su puño.
Como una ciega, suplico a tu foto
que deje de ladrarme pero brillan tus ojos
más que nunca
y el eco de tus pasos, como el pecho
que oprimo para olvidar que estoy
donde no hay nada.
I. Martínez
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