martes, 30 de septiembre de 2008

La vida

A esa hora, como todos los días, podría salir a comer y, como todos los días, elegiría una franquicia de comida rápida donde poder devorar un sándwich envasado de cualquier sabor, con tal de que lleve un poco de lechuga que lo haga parecer ficticiamente saludable.

Como todos los días, inventará alguna excusa para acercarse a la plaza y merodear en torno al colegio. Y, como siempre, ella no estará allí, habrá salido a comer con algunas compañeras o quizá con su novio, ese estúpido de americana de pana y pantalón de pinzas.


Perderá casi una hora en revisar cada uno de los rincones de la plaza y, como es habitual, volverá a la oficina sin haberse cruzado con ella, al menos conscientemente, sin haber visto, aunque fuera de lejos, sus hermosos ojos pardos.


Tal vez, como algunas veces, se haya parado en un café a pedir un cortado, se haya sentado junto a la ventana y haya contemplado al viejo vagabundo alimentar a los gorriones. O, quizá, el vagabundo haya muerto y por eso no lo ha visto pasar, porque debería estar allí con su carrito del supermercado aireando su miseria, por si alguien se apiada y le echa unas monedas. Pero nadie se apiada, piensa con la mirada perdida en la distancia, aquí todos tenemos nuestra vida, cada cual a su rollo con sus pequeñeces.


No le gusta pensar demasiado en los que están peor que él, porque suele parecerle que cuando uno se tiene que preocupar por comer no tiene tiempo de pensar en otras cosas, lo que en el fondo es un alivio. Si él tuviera que mover todas sus posesiones en un carrito con ruedas, tal vez, no tendría que acordarse de Laura y de lo bien que le sientan las medias de redecilla negras, cuando lleva una falda de tubo y una blusa con los primeros botones desabrochados, y puede casi imaginar el olor de su piel, la apacible sensación de dejarse mecer, apoyado en su pecho, por el ritmo de su respiración...


Menos mal que el café tiene un reloj antiguo de cuco que alerta de la hora; podría haberse dejado llevar por sus pensamientos y haber olvidado regresar a la oficina. Seguramente, ya llegará 10 minutos tarde y el inútil del supervisor pondrá el grito en el cielo reclamando informes que hace una semana entregó puntual, porque eran urgentísimos. Evitará mirarle a los ojos mientras le discute, le jura que no se los ha dado, porque siempre que se altera sin motivo bizquea un poco y pone una expresión tan estúpida que invita a reirse en sus morros.


Después del chaparrón, aguantado más por indiferencia que por estoicismo, enterrará otras dos horas entre papeles sin sustancia, mientras Laura sonríe a los preescolares y les hace muñecos de plastilina o juegos manuales con papeles cebolla multicolores, representando planetas, mariposas y esos extraños conejos que parecen osos, o esos osos que parecen perritos labradores, o esos perritos que tienen sonrisa de gato montés, o ese gato doméstico que tiene las patas traseras demasiado estilizadas y que semeja un hombrecito con cabeza y bigotes de gato, que tiene manos y sostiene una espada de madera.


Tal vez, con un poco de suerte, haya podido burlar la vigilancia del supervisor y escaparse quince minutos antes, para llegar justo cuando se encienden las farolas en el parque y el vagabundo, que al final no se ha muerto, comienza el camino de regreso a no se sabe dónde, y todo parece iluminado con esa amable extrañeza con que los actos sencillos se repiten, por repetirse, simplemente, sin otro fin que su propia inercia: como la vida. Su vida.


Texto y foto:
Isabel Martínez Poyatos

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enhorabuena por el texto y las fotos... precioso.
Un grimino.

Anónimo dijo...

El otro día soñé que salías por una boca de metro y me esperabas a recibirme con una sonrisa...
O quizá era yo quién salía de la boca de metro y te esperaba viéndote llegar a lo lejos con una sonrisa, mientras cruzabas la calzada que nos separaba...
O tal vez fue que pasabas por allí mientras yo también pasaba, y que cruzabas la calzada y tu sonrisa con un extraño que te esperaba detrás mía...
O seguramente fue que te imaginé mientras soñaba, cruzando una calzada hacia algún destino prometedor, que te dibujaba una sonrisa en la cara, y yo tuve la suerte de contemplar ese momento...
Da igual, simplemente quería decirte que hace unos días, soñé contigo y te recordé al llegar la mañana.

Un beso, chica de la media visión de la vida. Adelante y desparrama tu alma en infinitas hojas, sobre infinitas palabras.

-OMMA-