miércoles, 13 de agosto de 2008

El sueño del agua

El poema que os copio ahora lo compuse para participar en un concurso de poesía con motivo de la Expo del Agua (Zaragoza, 2008). Al final no lo pude enviar porque me excedí en el número de versos y no quise sacrificar lo que quise expresar comprimiéndolo.

El sueño del agua

El primer día el mundo era un desierto inacabable
y el hombre una famélica sombra con un sueño
de agua en la mirada.
Cada vez que abría la boca, notaba el frío de la arena
en la lengua, era incapaz
de articular palabra.
Llegaron otros hombres
con sus labios curtidos por la noche del mundo
y todos con un sueño en la mirada.
El contacto humanizó sus ojos
y observando aquel cielo cuajado de rocío
imaginaron que podrían llover, que allí,
compartiendo el destino poblarían la Tierra
de esperanza.
El horizonte multiplicaba flores por sus lágrimas,
todo cuanto tocaban germinaba,
surtían lagos y manantiales de las piedras.
Intentaron besar aquel primer océano,
pero la sal llenaba su alma de un anhelo
más fuerte que el desierto.
La vegetación se hacía extraña y múltiple en sus formas,
el mundo era de selva... Y sobrevino el miedo.
Crecieron como la sed las bestias.
La noche se poblaba de ruidos misteriosos
y los hombres buscaron refugio en las cuevas.
Al abrigo del fuego, aprendieron la danza y la palabra,
convocando las fuerzas poderosas de la vida.
El aire se preñó de alegres canciones
y llovió mucho tiempo endulzando los ríos.
Aquella segunda noche del mundo,
algunos hombres le hicieron un espejo,
animaron la oscuridad con las almas de aquello que pintaban.
Otros, domadores de piedras,
hicieron de sus bordes cuchillos
y herramientas para espantar la muerte.
Las mujeres, de tanto caminar tanta belleza,
encontraron las leyes a las cosas,
domesticaron hierbas y semillas vistiéndolas de agua,
como sus sueños.
Todo por un instante fue perfecto...
Pero el hombre primero, sintiendo que robaban un tesoro
que sólo a él pertenecía,
construyó una frontera entre los otros y el agua.
El mundo fue muriendo. Se asfixiaron los peces,
abortaron las fieras, la selva deshizo sus tentáculos
en cristales de arena y los niños azules
se quedaron dormidos con las pequeñas bocas
vacías de espuma.
El primero fue también el último habitante,
vuelto sombra otra vez de acuáticos recuerdos,
se erigió emperador de un desierto fantasma
que repetía pesadillas de agua en su mirada.

I Martínez 

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